“Porque el dolor que Dios quiere que experimentemos nos aparta del pecado y nos da salvación. No hay arrepentimiento por ese dolor. Pero el dolor del mundo, sin arrepentimiento, resulta en muerte espiritual.” (2 Corintios 7:10 NTV)
A los diecisiete años, experimenté un profundo dolor por mi pecado, un temperamento terrible arraigado en mi deseo de vivir a mi antojo. Mientras el evangelista hablaba ante un auditorio de adolescentes, sentí la convicción de que algo en mi interior necesitaba cambiar. Me arrepentí y experimenté el comienzo de la vida eterna. Mi dolor me condujo a una nueva vida espiritual.
Una nueva vida también llegó al apóstol Pedro. Era un pescador común, impulsivo y temerario. Cuando Jesús lo vio en la orilla de Galilea, los llamó a él y a su hermano Andrés: «Ven, sígueme…». Y ellos dejaron las redes al instante y lo siguieron. (Marcos 1:17, 18 NTV) Jesús lo aceptó a pesar de su condición ordinaria y su humilde ocupación; vio en Pedro algo que podía transformarse para lograr grandes cosas para el reino de Dios.
Por consiguiente, Pedro se mantuvo cerca de Jesús; su nombre es el que se menciona con más frecuencia entre los discípulos. Durante la última cena que Jesús tuvo con sus discípulos, donde habló sobre lo que vendría, Jesús predijo que todos sus discípulos eventualmente lo abandonarían. Incluso predijo que Pedro lo negaría. “¡No!”, insistió Pedro. “Aunque tuviera que morir contigo, nunca te negaré.” (Mateo 26:35 NTV)
Unas horas después, Pedro había hecho precisamente eso. No solo había negado conocer a Jesús una vez, sino tres veces. Cuando el gallo cantó a la mañana siguiente, “de repente, las palabras de Jesús pasaron por la mente de Pedro: ‘Antes de que el gallo cante, negarás tres veces que me conoces’. Pedro sintió un profundo remordimiento y tristeza al partir, llorando amargamente” (Mateo 26:75 NTV).
El profundo dolor de Pedro lo llevó al arrepentimiento, y Jesús lo perdonó. Pedro negó a Jesús tres veces, y después de la resurrección, Jesús le preguntó tres veces si lo amaba. Pedro respondió afirmativamente, afirmando que su relación había sido restaurada. De nuevo, Jesús le dijo a Pedro: «Sígueme» (Juan 21:19 NTV).
Judas Iscariote, por otro lado, también sintió remordimiento por su acción: traicionar a Jesús ante las autoridades. Sin embargo, su remordimiento no tuvo el mismo fin. En lugar de arrepentirse, Judas huyó desesperado y se ahorcó. Judas era «el que iba camino a la destrucción» (Juan 17:12b NTV). Su dolor desesperanzado resultó en muerte física y espiritual.
Que nuestro propio dolor, un dolor genuino por el pecado, nos lleve al arrepentimiento y a una nueva vida.
Alice Burnett
Red Deer, Alberta, Canadá
Traducido al español por Pascal Lambert