Cuando yo era un padre joven que luchaba por salir adelante, trabajé durante un tiempo en un aserradero. Era un trabajo duro y agotador por poco dinero. En los dos años que trabajé allí, la tasa de rotación laboral fue tan alta que al final solo 4 de las personas con las que comencé seguían allí. Hice lo mejor que pude para superar cada día. Vivía en mi imaginación y cantaba canciones en mi mente mientras mi cuerpo dolorido se doblaba, levantaba y cargaba la pesada madera una y otra vez.
Un día de verano llegué a casa del trabajo cubierto de sudor y aserrín. Me dolía la espalda, me dolían los pies y todo mi espíritu se sentía agotado y deprimido. Mi esposa me trajo la cena en una bandeja de televisión, pero estaba demasiado cansado para comer, demasiado cansado para ducharme e incluso demasiado cansado para mirar televisión. Me quedé tumbado en el sofá preguntándome cuánto tiempo más podría seguir en este trabajo que debilitaba mi cuerpo, hería mi corazón y devoraba mi alma.
Miré por la ventana de la sala y vi a mis hijos pequeños jugando afuera. Estaban columpiándose en un viejo columpio, persiguiéndose por el jardín y riendo con tanta alegría. Seguí mirándolos mientras mis ojos se empañaban. Podía sentir mi corazón latir de amor por ellos. Supe en ese momento que daría mi vida por ellos. Y también sabía que podía continuar en este trabajo para ellos, sin importar cuán duro fuera el trabajo o cuánto tiempo tuviera que estar allí. Con lágrimas en los ojos agradecí a Dios por darme ellos y prometí amarlos, cuidarlos y estar ahí para ellos para siempre.
Afortunadamente, no tuve que quedarme en ese trabajo por mucho más tiempo, pero ese momento permaneció conmigo hasta el día de hoy. Creo que tal vez una de las razones por las que Dios nos pone en este mundo difícil y a menudo doloroso es para que podamos aprender a amar tanto. El amor vence todos los miedos, cura todas las heridas y nos ayuda a convertirnos en quienes debíamos ser. El amor nos hace cada vez más parecidos a Aquel que nos hizo. Que todos tus días, por difíciles que sean, estén entonces llenos de Amor. Que los pases todos amando a Dios, a ti mismo y a todos los demás.
“No sólo esto, sino que también nos gloriamos en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce paciencia; la constancia, carácter; y el carácter, esperanza. Y la esperanza no nos avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio de el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Romanos 6:3-5 NVI)
José J. Mazzella
Traducido por Pascal Lambert